Hace unos meses llevamos a cabo una escapada de fin de semana que, sin duda, fue una aventura digna de ser reflejada en este espacio. Para mí, visitar este lago era uno de esos sueños que dejas aparcado por la falta de tiempo, y porque siempre tenemos la agenda reservada con mil asuntos que atender.
Desde el primer momento lo disfrutamos, tanto por las sensaciones nada más aterrizar, como a cada paso que dimos por sus calles, carreteras, caminos… Nos sorprendió, muy gratamente, la facilidad para usar el transporte público, la compra de billetes, y sobre todo, la puntualidad de cada uno de ellos. Viajamos en avión, autobús, trolebús, tranvía, y tren, y en ningún momento eché de menos un coche. Recorrimos la orilla del lago, desde Ginebra hasta Montreux, realizando paradas en Lausana, Morges y Nyon. Las vistas desde el tren son espectaculares, sobre todo, cuando llegó la hora del crepúsculo, y la puesta de sol es hipnótica. Se respira tranquilidad, pureza en el aire, un tráfico muy fluido, aún tratándose de ciudades con una población importante, y una gastronomía rica, elaborada y típica de la zona, que aunque no sea económica, es recomendable probarla.
Nos alojamos en Ginebra, y nos incluía el transporte público, desde el aeropuerto y por toda la ciudad, incluido el barco para desplazarte por el lago Lemán. Pero pasear por la orilla del lago, pasear por las calles de las ciudades, observar cada uno de los edificios, cúpulas, fachadas, y las llamativas catenarias presentes en la mayoría de las calles más importantes, por donde comparten asfalto los tranvías, trolebuses y autobuses eléctricos, y ancladas todas ellas a las paredes. Me llamó la atención el hecho de que la mayoría de cableado no usa postes, sino que ancla en las paredes.
En definitiva, un destino totalmente recomendado, y sobre todo, cámara siempre preparada, porque allá donde mires, no querrás perder detalle para recordarlo y tenerlo plasmado en tu galería de fotografías, como lo tengo yo en la mía.
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